Tres Arroyos llora la pérdida de dos gigantes: Anselmo y Mustad cierran y dejan 210 familias a la deriva
En menos de 24 horas, la quiebra del histórico frigorífico Anselmo y el cese de operaciones de la metalúrgica Mustad suman más de 200 despidos en una ciudad que ve desvanecerse su orgullo industrial.

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Tres Arroyos, esa perla agroindustrial del sudoeste bonaerense, despierta hoy con el eco sordo de las máquinas apagadas y el peso de las promesas rotas. En un lapso que parece un suspiro cruel del destino, dos emblemas que forjaron generaciones se desmoronan.
La historia de Mustad: de herrajes globales a hornos apagados en el sudoeste
Mustad no es solo una fábrica de herraduras; es un pedazo de tradición ecuestre traída desde el viejo mundo al pulmón industrial de Tres Arroyos, un capítulo de innovación y exportación que hoy se cierra con un portazo amargo. La saga comienza en 1832 en Noruega, cuando el herrero Christen Mustad fundó una pequeña forja familiar en Kløfta, especializada en herramientas para caballos que rápidamente se convirtieron en sinónimo de calidad en el mundo del turf y la equitación. Bajo la visión de sus descendientes, la empresa creció exponencialmente: en el siglo XX, se expandió a nivel global, incorporando aluminio fundido y diseños ergonómicos que revolucionaron las herraduras, abasteciendo hipódromos desde Ascot hasta el Kentucky Derby, y convirtiéndose en proveedora oficial de los Juegos Olímpicos ecuestres. Para fines de los 80, Mustad ya era una multinacional con plantas en Europa, Estados Unidos y Asia, facturando millones en un mercado nicho pero premium, donde la precisión en cada clavo definía carreras enteras.
El salto a Argentina fue estratégico: en 1997, atraída por el boom del polo y la hípica bonaerense —con el turf argentino como potencia regional—, la filial local se instaló en el flamante Parque Industrial de Tres Arroyos, a unos 400 km de Buenos Aires, eligiendo la zona por su mano de obra calificada, proximidad a proveedores de aluminio y costos competitivos en dólares. La planta, con hornos rugientes y líneas de fundición automatizadas, se especializó en herraduras de aluminio ligero para exportación: el 80% de su producción —miles de unidades semanales— volaba a Europa, EE.UU. y el Golfo Pérsico, mientras el resto nutría el mercado local de caballos de carrera y polo. El apogeo llegó en los 2000, durante la bonanza exportadora post-convertibilidad: hasta 80 operarios bullían en turnos dobles, inyectando estabilidad a familias locales y posicionando a Tres Arroyos como hub ecuestre, con proveedores de moldes y transportistas que giraban alrededor de ese bullicio metálico. Era la época dorada: herraduras Mustad calzaban campeones en Palermo y San Isidro, y la fábrica se erigía como orgullo del Parque, atrayendo visitas de jinetes y hasta endorsements de figuras del deporte.
Pero el siglo XXI trajo vientos contrarios. La filial argentina, con sede central en Martínez para insumos generales, enfrentó primero la crisis de 2008, que recortó exportaciones hípicas globales, y luego la pandemia, que pausó eventos ecuestres mundiales. La gota que colmó: costos operativos en dólares disparados por la devaluación y la inflación argentina —energía, salarios y logística triplicados en tres años—, sumados a la competencia feroz de Brasil, donde Mustad ya había mudado parte de su línea de hierro forjado por aranceles más bajos y mano de obra barata. “El funcionamiento en Tres Arroyos dejó de ser conveniente”, admitió el propietario en la audiencia del Ministerio de Trabajo, donde se confirmó el cierre definitivo el 27 de septiembre de 2025. El mazazo fue abrupto: directivos llegaron un martes, apagaron los hornos a mitad de carga —dejando metal fundido enfriarse en vano— y comunicaron a 55 operarios que el fin había llegado, aunque garantizando indemnizaciones completas, a diferencia de otros casos locales. Gustavo Acosta, de la UOM, lo describió como un “mazazo inesperado”, con asambleas gremiales fallidas en Río Negro y reuniones urgentes que no lograron revertir la decisión. Hoy, la planta vacía en el Parque Industrial —con su sede en Martínez como único bastión local— evoca un tiempo en que el clangor de los martillos era banda sonora de progreso, no de despedidas.
La historia del Frigorífico Anselmo: de emblema familiar a ruinas de la crisis
El Frigorífico Anselmo no es solo un nombre en las crónicas de Tres Arroyos; es un hilo tejido en la tela de la ciudad misma, un relato de ambición, prosperidad y, finalmente, de un declive que duele como una herida abierta. Todo comenzó en 1930, cuando un modesto matadero familiar emergió en el corazón del sudoeste bonaerense, impulsado por la familia Hernández, que vio en la pujante industria cárnica una oportunidad para crecer junto al auge agropecuario de la región. Eran tiempos de expansión: el emprendimiento industrial y comercial ya bullía con faenas iniciales, procesando bovinos, porcinos y ovinos en una planta que se erigía como pilar de la economía local. En 1954, las actividades se formalizaron con mayor vigor, y para 1960, se constituyó oficialmente Frigorífico Anselmo S.A., marcando el inicio de la marca que conquistaría mercados provinciales y más allá.
Ubicada en la intersección de Ruta 228 y avenida Constituyentes, la fábrica incorporó líneas de chacinados, exportando cortes y embutidos a medio mundo durante las décadas de posguerra, cuando faenaba miles de cabezas mensuales y generaba un orgullo colectivo que trascendía las paredes de hormigón.
El apogeo llegó en los años 70 y 80, cuando Anselmo se consolidó como referencia en la producción de carnes en Buenos Aires, un motor que impulsaba no solo salarios estables para cientos de familias, sino también una red de proveedores y transportistas que tejía la vida diaria de Tres Arroyos. Era la era de la estabilidad: generaciones enteras entraban jóvenes a las salas de faena, compartiendo turnos eternos y sueños de jubilación bajo el mismo techo. Pero el siglo XXI trajo sombras. Durante el macrismo, la planta cambió de manos: de la familia Hernández pasó al empresario Santiago Bracco, quien la vendió a Nicolás Ambrosius, y finalmente, previo a la pandemia, recayó en un grupo de inversores de Europa del Este. Cada traspaso arrastraba deudas, conflictos laborales y una administración criticada por su opacidad —“un desastre”, como lo definió Néstor García, secretario general del Sindicato de la Carne.
La gota que colmó el vaso fue multifacética: la pandemia aceleró la caída en la faena, que se desplomó por debajo de las 1.500 cabezas mensuales necesarias para subsistir (frente a las 2.000 requeridas para rentabilidad). Sumate importaciones descontroladas de carne, facturas de servicios impagables, cheques rechazados por más de $120 millones y una carencia crónica de materia prima, agravada por quince meses de caída en el consumo interno y exportaciones derrumbadas. En mayo de 2025, ya se habían despedido 30 operarios; en junio, 26 más, con cláusulas de confidencialidad que silenciaban denuncias de vaciamiento. El 24 de septiembre, el pedido de quiebra ante el Juzgado Civil y Comercial selló el fin: 100 trabajadores directos —muchos con décadas en la planta— quedaron en vilo, resistiendo con asambleas gremiales y la ilusión de una cooperativa para rescatar el legado. Hoy, los galpones vacíos susurran historias de un tiempo en que el humo de las parrillas era sinónimo de progreso, no de pérdida.
El impacto económico en Tres Arroyos: un dominó que tumba el corazón productivo
El cierre de Anselmo no es un paréntesis aislado; es un terremoto que remueve los cimientos de Tres Arroyos, una ciudad cuya alma late al ritmo de sus industrias. Más allá de los 100 empleos directos evaporados —un golpe que deja a familias enteras sin el sustento de turnos que eran rutina y orgullo—, el efecto cascada arrasa con toda la cadena productiva. Proveedores de insumos, transportistas que cargaban cortes frescos hacia Buenos Aires, contratistas de mantenimiento y pequeños comercios —desde carnicerías hasta ferreterías— dependían de esa faena incesante para girar sus ruedas. “Cada vez que se apagaba la planta, lo sentíamos todos: desde el carnicero hasta el fletero”, resume un comerciante local, capturando el pulso de una economía donde el frigorífico inyectaba millones en salarios, compras y servicios.
En un distrito que ya lidiaba con despidos en Granja Tres Arroyos y otros rubros, este colapso agrava la incertidumbre: el poder adquisitivo se contrae, las calles se vacían de movimiento y la tasa de desempleo —que rondaba el 8% pre-crisis— podría saltar varios puntos, presionando servicios municipales y sociales. Sumado al cierre de Mustad (55 despidos más) and Vulcamoia (5 adicionales), son más de 210 puestos perdidos en días, un “duro golpe social y económico” que la CGT local califica de “días tristes”, culpando políticas nacionales de ajuste que asfixian a pymes como Anselmo. Para Tres Arroyos, cuna de trigo, carne y metal, perder este emblema significa no solo números en rojo, sino un vacío en la identidad: menos faena es menos movimiento en el mercado, menos inversión en el Parque Industrial y un llamado urgente a repensar incentivos para retener industrias.

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